domingo, 8 de febrero de 2015



Lunes 9 Febrero 2015
Evangelio: Marcos 6, 53-56
"Los que lo tocaban se ponían sanos"
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos, terminada la travesía, tocaron tierra en Genesaret, y atracaron. Apenas desembarcados, algunos lo reconocieron, y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. En la aldea o pueblo o caserío donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos.
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"Los que lo tocaban se ponían sanos". Cuando uno lee episodios como éstos, uno se pregunta por qué algunas veces resulta tan difícil obtener resultados parecidos en el contacto que hoy tenemos nosotros con Jesús
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Una primera respuesta a este interrogante podría ser la constatación de la sanidad que Jesús ha operado y opera en nosotros aunque no se den con las características de espectacularidad de lo que nos cuentan los evangelios
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En el tiempo que Jesús convivió terrenalmente con nosotros, era necesario que exhibiera su condición divina a partir de actuaciones que de alguna manera impactaran y secundaran su misión de anunciador de la Buena Nueva 
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Pero, además, una mirada más atenta hacia nuestra interioridad nos descubriría esos espacios de nuestra existencia personal que han sido ya conquistados por el Reino. ¿ De dónde, si no, nos vienen esas cuotas grandes o pequeñas  de Fe, de Esperanza y de Amor con las que actuamos ?
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Incluso una mirada más atenta nos puede sorprender al reconocer espacios sociales, colectivos ya ganados para el Reino. Nos sorprenden alegremente esos testigos humanos sublimes que llevan las huellas de Jesús y están entre nosotros.
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Cuando nos asalten esos interrogantes sobre el por qué pareciera que  no estamos siendo sanados como lo fueron aquellos que convivieron con Jesús, pidamos al Señor que aumente nuestra fe para que sintamos que está actuando misteriosamente en nosotros
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Y pidámosle fuerzas para esperar con amor y confianza, que se cumpla en nosotros su voluntad que siempre será en nuestro bien, aunque no sea en la forma, en el modo y en el tiempo que nosotros estimamos como mejores.

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