Miércoles 29 julio
Juan 11,19-27
"Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá "
"Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá "
En aquel tiempo,
muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su
hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro,
mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: "Señor, si
hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo
que pidas a Dios, Dios te lo concederá." Jesús le dijo: "Tu hermano
resucitará." Marta respondió: "Sé que resucitará en la resurrección
del último día." Jesús le dice: "Yo soy la resurrección y la vida: el
que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no
morirá para siempre. ¿Crees esto?" Ella le contestó: "Sí, Señor: yo
creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al
mundo."
Pocas afirmaciones de la revelación de Jesús tienen la contundencia
que tiene èsta: “El que cree en mí aunque haya muerto vivirá”
Lo que está en juego con esa afirmación no es otra cosa que el sentido
último y profundo de nuestra propia existencia
Si tuviera que transcurrir
nuestra vida al margen de esta revelación, otro tendría que ser el guion de nuestra existencia
Todo estaría cubierto inexorablemente por el manto de la provisionalidad y una cruelísima fatalidad. Tratemos de imaginarlo por un momento: Una
existencia sin promesa de eternidad, de
resurrección es una muerte permanente.
Pero, no. Somos los seres más afortunados que pudiera haberse imaginado
el más utópico de los humanos: Estamos “condenados” a resucitar. No podemos, ni
siquiera queriéndolo, evitar una eternidad henchida de una vida que brota
a borbotones.
Desde esa promesa lo único que nos coloca en el horizonte de la resurrección es la fe en Jesús. Una confesión de fe en Jesús que por lógica no se agota solo en una expresión literal circunscrita a los parámetros culturales de la historia del cristianismo
sino que abarca hasta el Cristo Cósmico que supera la Historia y que es
accesible desde cualquier cultura como aceptación del Dios que se revela en la verdad
del Amor universal. De no ser así quedaría fuera de esa promesa la inmensa mayoría de la humanidad pre y pos
cristiana que no está circunscrita en la cultura históricamente cristiana
Desde esa revelación tan tumbativa ya ninguna realidad nos amenaza de forma definitiva. Como
dice un poema escrito por los años 80: nos
podrán quitar las uñas, nos podrán desollar, nos podrán calumniar, podrán
dividir nuestro cuerpo con una sierra, nos podrán botar en el olvido más
definitivo, nos podrán arrancar a pedazos la vida, pero no podrán tocar nuestra eternidad “ni con el pétalo de una rosa”
Cómo se erige nuestro Jesús de la forma
más fulminante y fascinante sobre todas las creaturas
del infinito universo. De lo más profundo de nuestras entrañas brota un “Ven
, Señor Jesús” que eriza nuestra piel y llena
todo nuestro espacio existencial
La muerte, esta muerte que se hace presente inoportunamente donde menos y cuando menos la
pensamos, esta muerte ya no volverá a ser la esa amenaza soberbia y prepotente. “Y cuando nuestro ser mortal se
vista de inmortalidad y nuestro ser corruptible revista la existencia
incorruptible, entonces se cumplirá la Escritura Muerte, dónde está tu victoria, dónde está muerte, tu aguijón” 1 Corintios 15, 55
Y desde esta perspectiva toda esta nuestra vida mortal se viste de una condición especial porque esta vida también pertenece a la eternidad. Cada segundo
vivido es un segundo inscrito en la inmortalidad no solo como antesala de lo
que vendrá sino como reto a ser vivido con la dignidad de la resurrección que debe comenzar ya
ANIMO, COMIENZA YA A VIVIR LA EXISTENCIA DE RESUCITADO…!
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