Martes 5 Mayo
Juan 14,27-31a
" La paz les dejo, mi paz les doy "
" La paz les dejo, mi paz les doy "
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "La paz les dejo, mi paz les
doy; no se la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se
acobarde. Me han oído decir: "Me voy y vuelvo a su lado." Si me
amaran, se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se
los he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigan
creyendo. Ya no hablaré mucho con ustedes, pues se acerca el Príncipe del mundo;
no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que
yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago."
Es curioso que
Jesús es sumamente repetitivo
con este saludo una vez que ha resucitado.
Pero aquí lo encontramos regalando este saludo aún en su vida mortal
La paz es
uno de los rasgos más característicos de la misión mesiánica de Jesús. A Jesús se le
espera como “Príncipe
de la Paz”(Isaías
9,6)
La Paz tanto personal
como universal es una condición que hace posible la felicidad del ser humano
y la convivencia. No tenemos sino que ver la situación del ser
humano en la actualidad y del planeta tierra para apreciar este don con más urgencia
Vamos a dejarnos iluminar en esta consideración sobre la paz, por este hermano
Fernando
Prado, cmf
Queridos amigos,
Creer en Jesús no
nos ahorra los sufrimientos ni los problemas que nos salen al paso de la vida.
Nos gustaría vivir siempre en paz, sin
conflictos ni problemas, pero, en verdad, la vida no
es así. El conflicto y las
dificultades son parte de la realidad de la vida. La vida es siempre
impredecible y viene como viene.
Así hay que acogerla. Unas veces vienen bien dadas, otras no tan bien.
A nadie le ha sido dado el
comprar su suerte. Con todo, los cristianos tenemos la fe
que es una luz de sentido
para encarar la vida y encajar incluso sus más duros golpes de una manera diferente.
La fe nos ayuda. Creer
–podríamos decir– nos hace bien.
El creyente vive con la confianza
de que su vida, por difíciles que sean las
circunstancias, está en manos de
la bondad de Dios. Esa es nuestra fe. Confiamos en que nuestro Dios, el Padre
de Jesús y padre nuestro, es un Dios que cumple sus promesas
y nunca nos abandona. Él nos ha dado su palabra: “yo estoy con
ustedes todos los días hasta el fin del
mundo”. A esta promesa nos abandonamos. Creemos y confiamos, por tanto, en un
Dios que nos acompaña y camina a nuestro lado. No estamos solos, ni siquiera
cuando aparentemente el sufrimiento nos pudiera invitar a
pensar lo contrario.
Caminar con esta certeza y
confianza nos da una paz y tranquilidad
que nos permite acoger la vida como una bendición,
aun en la dificultad. Esta es la razón por la que el cristiano nunca puede ser
un renegado de la vida, ni puede tener cara de Cuaresma sin Pascua, como nos ha
dicho tantas veces el papa Francisco. La vida nos
viene de Dios y a sus manos bondadosas nos confiamos. Él es el que lleva esta
historia adelante, el más interesado en que todo salga según sus planes.
Quisiera que hoy nos
invitáramos todos a vivir desde esta actitud
espiritual de confianza y a compartirla
con aquellos que tal vez esperan escuchar de nuestros labios ese mensaje de paz
y confianza, que es verdadero bálsamo y consuelo en
las dificultades: “no estás solo, yo estoy contigo”. Estamos en tiempo de
Pascua. La luz de la Resurrección nos ilumina: ¡Cristo vive! ¡Que
nada ni nadie nos robe la esperanza ni la alegría del Evangelio!
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